La experiencia de nacimiento de Jonás y el parto en casa de Lorimar: al final te dejo mis 5 cosas favoritas de este parto en el hogar
Era la tarde de un lunes cualquiera, el sol estaba descendiendo lentamente, mientras conversaba con mi cuñada sobre lo agotada que me sentía. Llevaba días, casi una semana, con contracciones por la noche que no me dejaban dormir, aunque aún no fueran las del parto. Ella, con la firmeza de quien conoce bien estos procesos, me sugirió que saliéramos a caminar, quizá eso aceleraría el trabajo de parto. Tenía ya 38 semanas y 5 días de gestación. Sin muchas ganas, accedí. Me cambié con ropa deportiva, me calcé mis zapatillas (tennis) y comenzamos a caminar junto a las niñas.
Cada pocos minutos, me detenía, tomando aire profundo, enfrentando las contracciones, para luego retomar el paso, aunque fuese lento. Al final, conseguimos caminar más de 30 minutos. Me hidraté bien, me di un largo baño, acosté a las niñas y me quedé conversando un rato con mi esposo antes de dormir.
Pero el sueño no duró mucho. Me desperté en la madrugada, cerca de las 2 a.m. del martes. Las contracciones estaban más seguidas, pero aún dudaba si realmente había llegado el momento. Ya había tenido varios falsos inicios durante la semana. Me levanté de la cama, caminé un poco, usé la bola de parto, me hidraté y practiqué las respiraciones, pero esta vez las contracciones no se iban. Para las 3 a.m., el dolor se intensificó, esta vez lo sentía más en la pelvis que en la espalda. A las 4 a.m., noté un ligero sangrado en la bola de parto y luego en el inodoro. Fue entonces cuando supe: estaba dilatando. Era hora de llamar al médico.
Las dos horas siguientes fueron un reto. Me sumergí en las técnicas de respiración y posiciones que había aprendido en las clases de "Body Ready Birth" con Lisandra Pérez, LMT. Mi favorita fue el uso del rebozo, que preparé con una pashmina anudada y colgada en la puerta del baño. Otras herramientas: la bola, el mat y el bloque de yoga, me ayudaron a sobrellevar el dolor. Cuando ya no podía manejar las contracciones en la bola, el rebozo y el inodoro fueron mis mejores aliados.
A las 6 a.m., llegó Ramón, mi médico. Me examinó y confirmó: estaba dilatada 6 cm y el bebé estaba tolerando bien las contracciones, según el monitoreo intermitente de sus latidos. Me ofreció llenar la piscina de parto, pero le dije que no. Quería seguir moviéndome, usando el rebozo, apoyándome en mi esposo y balanceándome de lado a lado sin estar limitada por el agua.
Para las 7:30 a.m., ninguna posición me ofrecía alivio. Me senté en el inodoro, con un pie sobre el bloque de yoga para crear asimetría en la pelvis y ayudar al bebé a descender. Ada, mi enfermera, me observaba de cerca. De repente, la escuché decir: “Tienes cara de haber dilatado completamente”. Y vaya que su experiencia hablaba. Ramón verificó: estaba lista, solo faltaba que el bebé descendiera un poco más.
Ada sugirió hacer sentadillas profundas con el rebozo durante las contracciones, y tras algunas, sentí que el bebé encajaba. Entonces, me invadió una fuerte necesidad de pujar, justo antes de las 8 a.m. Dejé el rebozo y pasé a la silla de parto.
El cansancio era extremo. Las contracciones estaban en ese punto en el que piensas: “No quiero volver a parir en mi vida”. Ramón, con su tono tranquilo, me decía: “Si logras coordinar bien el pujo con la contracción, lo tendrás para las 8 a.m.”. Pero no tenía fuerzas para pujar en cada contracción, así que las elegía cuidadosamente, asegurándome de que cada esfuerzo valiera.
Entre una contracción y otra, sentía como si estuviera montada en una ola de endorfinas, a punto de desvanecerme. Era la señal de que el final estaba cerca. A las 8:24 a.m., con un grito de fuerza y un último gran pujo, mi bebé nació. Sentí cómo su cabeza salía, junto con un dolor intenso, pero no me detuve; seguí pujando hasta que el cuerpo completo emergió. Su bolsita se rompió justo al final, en ese último empuje.
Mis niñas, que habían estado cerca del doctor, lo vieron todo en primera fila. En cuanto el bebé salió, pude verlo claramente: ¡era un varoncito! Susurré su nombre con ternura: Jonás Daniel.
De la silla de parto, me llevaron a la cama, donde me recosté con Jonás sobre mi pecho, piel con piel, cubierto por una toalla calientita sobre su espalda. Mientras esperábamos la salida de la placenta, repararon una pequeña laceración en mi perineo. Jonás, como todo un campeón, hizo el gateo al pecho y logró su primera toma. El cordón no fue tocado hasta mucho después de que dejara de latir.
Cuando terminó nuestra hora dorada, que en mi caso fueron más de dos horas, papá cortó el cordón, mientras mis hijas miraban con emoción. Pudieron escuchar los latidos de su hermanito, ver su respiración y hasta comprobar sus reflejos. Todos nos sorprendimos al saber que pesaba 8 libras!

Mis momentos favoritos de mi segundo parto en casa:
Tener a mi familia presente en todo momento.
El inolvidable gateo al pecho y la primera lactancia, algo simplemente surreal.
Ver a mis niñas observando tranquilas el nacimiento y participando en la examinación de su hermanito.
Mi esposo, siendo mi roca, acompañándome y asistiendo en todo. Todavía me impresiona lo bien que lo hizo, gracias a la preparación con Lisandra.
Sentir que todo el proceso fue respetado, sin prisas, a mi propio ritmo, y con mi cuerpo guiando el nacimiento de mi bebé.
¿Te gustaría saber más sobre el parto en casa o cómo prepararte para una experiencia respetada y empoderadora? ¡Déjanos tus comentarios abajo! No dudes en contactarnos si tienes preguntas, y si esta historia resonó contigo, comparte el blog con otras futuras mamás que puedan beneficiarse de un parto consciente y lleno de amor.
Suscríbete a nuestro newsletter para recibir más historias inspiradoras y recursos útiles para tu viaje hacia la maternidad. ¡Estamos aquí para acompañarte en cada paso del camino!
Comments